sábado, 14 de junio de 2014

Danzas Suletinas




Ucelay realizó Danzas Suletinas en 1955 - 56, es decir, cinco años después de la apertura de la Academia y casi seis desde su regreso del exilio en Inglaterra mientras ilustraba la Guía del País Vasco de Baroja, momento en que percibe las posibilidades que ofrece un grupo de dantzaris de Zuberoa. La mascarada suletina se restringe en la representación de Ucelay a los cinco personajes más importantes y fastuosos. En primer plano aparece descansando uno de los grupos de los que se compone la danza, con toda una serie de objetos, cesta, pan, albota, salterio vasco, el vaso de vino de la godalet-dantza, en presencia de una mujer y un perro que los cuidan. Detrás de ellos, el otro grupo baila mientras diversos personajes los contemplan.
  
Con la representación del cuadro, Ucelay ha fijado para la historia esta danza. De izquierda a derecha, aparecen los siguientes personajes:
 
-- el enseñaria o drapeau, individuo que lleva la bandera y la hace flamear durante el baile e introduce la comparsa.
-- el gathusain, con un instrumento como una tijera de madera o pantógrafo.
-- el txerrero, que lleva un palo con una cola de caballo.
-- la cantinera, un hombre vestido de mujer, como una buhaumesa o cantinera francesa del XIX.
-- el zamalzain, el personaje más espectacular de la danza, que lleva en la cintura una especie de caballo.
 
En primer plano, los instrumentos musicales: el acordeón, la alboka, el txun-txun y la txirula, esos dos últimos típicos de este baile y, en general, de la zona vasco-francesa. Asimismo, un vaso de vino para la godaletdantza o danza del vaso. 
 
El cuadro se cierra con un paisaje de montes abombado, con el que juegan rítmicamente las nubes, como cerrando la representación en curva, frente a las líneas rectas y paralelas del primer plano del cuadro, como el banco en el que se sientan los personajes. Al fondo, la iglesia de Gotein, con campanario de tipo calvario.
 

Este óleo de gran calidad pictórica tiene una perfecta relación tonal en el nivel cromático, el ritmo arabesco de la línea, y es exponente de la permanente preocupación de Ucelay por la luz, además de un vivo ejemplo de la lenta y cuidadosa terminación de sus cuadros. Ucelay siempre ha discurrido por una experiencia pictórica (cromática y narrativa) poco común: el retrato sin final de este grupo que se pierde en la lejanía y la metafísica de los objetos y del aire. 

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